martes, 20 de enero de 2015

Lo que cuenta la trama






I.

Intenta llegar al celular con la mano. Tantea el mate, helado por la noche al lado de la cama. Casi lo tira, revuelve más al fondo con la mano sobre la mesita de luz y encuentra los anteojos. Se los pone. En penumbras, ve al teléfono arriba de la pila de libros. Mirá la hora. Seis de la mañana. Qué hago despierto a esta hora. El viejo se incorpora en la cama y tose un poco. Tengo que dejar el pucho.  Todo lo piensa para sus adentros, no lo dice, ya que el otro viejo duerme al lado de él.  Se levanta, agarra la pava que estaba en el piso y va hasta la cocina. Con una lentitud de tortuga pone el agua en la hornalla. Enciende el fuego. Y busca en las estanterías de abajo una taza y un saquito de té de manzanilla. Coloca el saquito en la taza y espera. Mira el sol que entra por la ventana. Sol de verano, tibio por la mañana, primaveral, pero sol de verano al fin. Tarde o temprano me harás dormir una siesta. Abre la puerta que da al patio. Se enciende un cigarrillo y mira a la gata que sale corriendo. La pava ya chifla un poquitito. Debe estar. Sirve el agua en la taza y se va con ella al patio. En el patio mira las tres plantas de tomates que aún quedan. Acá parece que los bichos te matan todo. Se sienta en un sillón de plástico y siente por un lado, el aroma del té, por otro lado, la nicotina que le proporciona el tabaco. Mira todo como si fuese la última vez, pero sabe que no es así. Que ese no es su día. Nos vas a matar a todos y después te vas a morir vos. El sol sube lentamente por detrás del laurel y los canarios ya están silbando. Toma el té de a sorbos cortos, disfrutando en el paladar el gusto extraño de la manzanilla. La gata se sienta a su lado y observa, como él, el patio. Él tira la colilla al piso y la aplasta con el pie. Se queda estático frente al amanecer como si fuese un mapuche. Los ojos se le quedan fijos en ese sol naciente y recuerda aromáticamente la mezcla extraña que había sido, la noche anterior con sus colegas, ponerle a su receta preferida romero y perejil al mismo tiempo. Se ríe de eso.

II.

La taza de té quedó vacía arriba de la mesa blanca.  Él camina de nuevo hacia adentro. La puta, no tengo más puchos. Busca en el sillón del comedor un pantalón y una camisa, se los pone. Encuentra las medias y las zapatillas deportivas. Sentándose bruscamente en el sillón como agotado (de qué, de hacer qué) se pone las medias y las zapatillas. Saca cien pesos de la billetera y sale a caminar. Va lento. En la calle, nadie. Algunos autos con borrachos que pasan a todo lo que da, lo mismo de siempre. Hace cinco cuadras hasta el kiosko y compra un atado de veinte y el diario. Con el diario abajo del brazo pasa por la panadería y compra una docena de facturas. Hoy le doy un alegrón al viejo gruñón ese. Se ríe para sus adentros. Y mira el sol que ya es un redondel completo al final de la calle.  En la puerta de una fábrica, tres jóvenes con ropa de fajina esperan a ser atendidos por el portero. Escuchan radio y miran para adentro como queriendo el favor de alguien. El viejo los mira extrañado, como si fuese un cuadro de otro siglo. Camina media cuadra más. Saca las llaves, las pone en la cerradura, las da vuelta y entra a su casa. Cuando llega deja el diario y las facturas sobre la mesa. Pone la pava de nuevo, esta vez para mate. Recuerda que lo dejÓ en la pieza. Entra de nuevo y el otro viejo duerme. Despacito, sin querer hacer el menor ruido, tantea el mate en la oscuridad y se lo lleva. Sin embargo, cuando está saliendo su pie izquierdo golpea contra la pata de la cama y hace un sonido sordo. El otro viejo se da vuelta. Amor. Está todo bien, tranquilo. Ah. Y sigue durmiendo.

III.

En la cocina le pone dos hojitas de burrito al mate y un pedacito de cáscara de naranja mientras el agua se va calentando. Va hasta el comedor, abre el paquete de facturas y va comiendo una antes de que el mate esté listo. Es un vigilante con membrillo y crema pastelera. Saca el agua de la hornalla, la lleva a la mesa y en un gesto casi ritual pone del lado derecho: la pava, el mate y el cenicero; y del lado izquierdo: el atado de cigarrillos, el encendedor y las facturas. En el centro, el diario. Mira la foto de la tapa, es como si no se decidiera. Limpia sus anteojos con la camisa. Se los vuelve a poner y finalmente abre el diario. El viejo lee. Primero mira todos los titulares, uno por uno. Si algo le interesa mucho lee el copete pero no quiere detenerse en ningún artículo en particular. Aún no. Cuando llega a los suplementos del domingo los separa aparte. Si tiene tiempo los leerá. A él no le interesan mucho los suplementos culturales. Toda su vida trabajando en cultura sabe que nada nuevo lo va a sorprender. Sabe que el verdadero fragor está en las noticias de política nacional e internacional. Ahí se disputa el mundo. La cultura es para los que tienen tiempo al cuete. En medio de una lucha de religiones, con la cual tanto Averroes como Maimónides estarían aterrados, a la máxima autoridad de la iglesia católica se le ocurre decir que los homosexuales no son familia. El viejo toma un mate para que la belleza de la cáscara de naranja le haga pasar el mal trago. Sigue leyendo y sigue viendo las tramas de los conflictos por todos lados. Años de leer diarios ya lo hicieron a este viejo un descreído del mundo, de los diarios del mundo también. Tendría que haber comprado tres para comparar. Si compra tres diarios se queda sin comer, además sabe las represalias del otro viejo por gastarse casi cien pesos en tres diarios del domingo. Mejor, los otros dos, los leo por internet a la tarde.  Agarra una segunda factura: un cañoncito de dulce de leche. Lo saborea como ganando la victoria de los humildes: leer las principales noticias de los diarios por internet. Si al final, el diario del domingo es más para mantener una costumbre. La costumbre de ir hasta el diariero a las siete de la mañana, de comprar facturas, de hacerse unos mates y de ponerse en la mesa, con el diario enfrente y leerlo e indignarse por lo mal que todos siempre cuentan la trama.

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