martes, 30 de octubre de 2012

Ángeles

Hay ángeles que me abrazan cuando caigo.... son esos seres que me ayudan a seguir cuando me ahogo en mi mismo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Te extraño mucho, posta

Me despido de vos, con un llanto apagado. Me voy a un pueblo sombrío donde las almas andan solas, donde nadie se hace cargo de nadie. Me distancio de lo último que me quedaba de vos. Soy nadie acá. No tengo palabras para decir lo que siento y es hondo lo que se siente en mi pecho. Hoy salí a buscarte y no te encontré... Creo que de ahora en adelante voy a salir a buscarte y no te voy a encontrar.... Es difícil quedarse solo en este pueblo ¿sabias? No te tengo rencor. Vos tenes miedo que yo escriba lo peor de vos pero lo único que puedo decir es que sos el mejor pibe que pasó por mi vida. Te extraño mucho, posta.

viernes, 26 de octubre de 2012

En el conurbano

Lo que voy a escribir es lo más desgarrador que escribí nunca, quizás no se note pero lo es. 

En el conurbano bonaerense nos remitimos solamente a los hechos para mostrar lo terrible de nuestra existencia. En el conurbano vi al chico más lindo, con rastas, morocho, que estaba en la puerta de un recital de Logos casi desmayado. Lo conocía y lo invité a que se coma un pancho conmigo pero no quiso. En el conurbano no andamos con vueltas, no hay tiempo para volteretas, el tiempo apremia. Estamos tan solos que daríamos mucha plata por segundos con alguien. El chico de rastas me dijo que no, que no quería un pancho. Yo sabía de cómo vivía, lo conocía de antes y moría porque el chico de rastas me de besos desenfrenados contra una pared, que atrás de un árbol me desvista. Pero nada de eso paso. El chico estaba casi desmayado porque había fumado mucho, tomado mucho y comido poco. El hacía días que no comía. Así se pasa en el conurbano, pensé. Así la paso yo, como una sombra entre gente sin esperanzas, atada a una ciudad que es un pozo y que consume, consume por demás. El chico de rastas en mi sueño me despierta con un desayuno pero no es él, es otro, el de mis sueños. El conurbano es más terrible, es un chico de rastas con la ambulancia al lado y yo diciéndole que si quiere comer un pancho que se lo pago, que tengo un billete de cien pesos en mi bolsillo, aunque no parezca, aunque haya ido hasta el centro en bicicleta. El chico morocho, petiso, con una remera negra de heavy metal me mira y me conoce. Sabe que nuestros caminos se cruzaron por algún lado. Por algún colegio en el que anduve dando clases y él hacía de las suyas. El chico de rastas no tiene para comer, no tiene para vivir y con gusto yo lo llevaría a mi casa pequeñoburguesa a cambio de algo de sexo y afecto. Pero el conurbano es duro, golpea, deja cicatrices en la cara y en el cuerpo. ¿O acaso dónde están las marcas de mi homosexualidad? ¿Acaso alguien las ve? El chico de rastas que fue a ver el recital de Logos las siente, tanto como yo. En eso los dos estamos de acuerdo.

lunes, 22 de octubre de 2012

lazo de confianza

Cuando llegaste estaba lloviendo. Te subiste al auto, yo manejaba, fuimos a casa. Tomamos mates con tortas fritas. Charlamos, nos descubrimos en nuestros temores de nuevo. De ahí a la cama. De la cama a pedir comida. La noche se hace sincera a veces; aún en las contradicciones entre el hacer y el decir. La noche nos devora enteros y nos encontramos unidos en el reproche por un lazo de confianza.
Tenías anginas, me acuerdo. Te llevé a la clínica Güemes. Espere afuera de la guardia mientras fumaba un cigarrillo y veía como un perro era el único habitante de la calle. Recorrimos tres farmacias en auto hasta encontrar una que tenga los medicamentos. Estabas hirviendo, volabas de fiebre. Yo volaba junto a vos, esperando algo, quizás... Algo que de a poco se iba dando...

sábado, 20 de octubre de 2012

Encuentro

Me esperás en la esquina, justo en la puerta de tu casa. Enfrente hay una placita donde dos señoras esperan el colectivo y tres pibes toman birra. Mirás al piso, me mirás. Sonreís. Me abrazas suavemente y me das dos besos en la boca. El abrazo se torna intenso. Alguno de los dos lanza un suspiro. Abrís la puerta, pasamos al hall que dará a tu departamento.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Otra día a las doce de la noche

Levemente, como un suspiro, te vas desvistiendo. Entrás en la ducha, abris primero la caliente, después la fría, un poquito nomás, para que baje el calor. Te vas mojando como sintiendo poco a poco como la lluvia va deslizándose por tu espalda... te cubrís de agua tibiecita y todo lo del día se va yendo.... se va.... desaparece.... El jabón lo pasas por tu cuerpo, primero la pancita, después los brazos, bajas a tu ingle, las piernas.... Te moves un poco para entrar nuevamente a la ducha, te sacas el jabón con una suavidad de terciopelo y empezás a tocar con la punta de los dedos tu sien, tu pelo... Te pones shampoo, masajeas y las manos te quedan llena de espuma, te pasas el poco de espuma por el pecho y los brazos.... te enjuagas.... y por último la crema de enjuague.... Después salís y empieza otro día a las doce de la noche.

sábado, 13 de octubre de 2012

El sentido de la revolución

Seis de la mañana. Me desvelo, me hago una pava de mates, en verdad, un termo de mates. Pavas de mates se hacían antes, ya nadie ceba desde las pavas...
Me siento infeliz, incomodo. No sé dónde está mi lugar. Recuerdo una vez que estuve en Mar del Plata y me pasó lo mismo. Es el momento en el que querés sentar a la otra persona enfrente, sea la hora que sea, y explicarle por qué no podes más. Te sentís preso en tu propio cuerpo, en una mañana que se hace larga y tediosa.
Quizás, en este momento, lo mejor sea armar las valijas. Decir adiós, de una vez y para siempre. Terminar el juego, perdiendo, como siempre. El duelo del duelo del duelo. Beckett decía que había que fracasar mejor, siempre. ¿Se puede tener tanto odio al conocimiento? ¿Se puede desestimar tanto a una persona por los lugares que habita?
Hoy me siento menos que humano. Tengo menos derechos que un grano de polvo que se cuela por la ventana, ahora, a las seis de la mañana. Los humanos son contradictorios, los que se dicen humanos. Pelean por ciertas ideas pero después no saben llevar la revolución a sus propias casas, a su propia mente. De esta manera, presentan una batalla pública que no pueden llevar adelante en su propia intimidad. Creen que cambian el mundo pero no entienden que el mundo son ellos mismos y que si no hay un cambio en su propia subjetividad es imposible un cambio a nivel macroscópico.
Ya no creo en las grandes revoluciones, en la emancipación, en la autonomía, en la libertad. Siempre uno está al borde de sí mismo, se hace para y con los otros. Uno es, por naturaleza social, dependiente de otros, vulnerable en su propio cuerpo. El otro se puede constituir de dos modos: como alguien a quien albergar o como una amenaza. Muchas veces, los que se dicen humanos, buscan hacer la revolución sin darse cuenta de que lo más importante es albergar al otro.
El tema del otro es re importante en una revolución. ¿Qué se hace con esos que quedan al borde, por fuera de? ¿Qué se hace con los que no pueden constituir ningún tipo de masa? Hoy serán los locos, los linyeras, los que tienen el bicho, los que no tienen a dónde ir, los que piden monedas en el subte. Mañana serán otros. En la maravillosa Cuba "revolucionaria", a Reinaldo Arenas lo llevaron preso por ser homosexual y casi lo linchan. Después, cuando se va como balsero a EEUU tampoco encuentra lugar por ser sidoso, sigue manteniendo una posición marginal y desclasada.
Ciertas revoluciones no toleran lo otro, la gran mayoría de las revoluciones, es decir, las grandes revoluciones. Muchas veces pienso, como Walter Benjamin, que la clase que verdaderamente tiene poder revulsivo son los lumpenes y no los obreros. Esos marginales (de la noche) que terminan casi siempre en el encierro son los que verdaderamente llevan la delantera al pensar un tipo de sociedad nueva. Es decir, el pibe que come la sobras de Mc Donald's a la madrugada tiene más poder revulsivo que un obrero organizado. Pero esto los que se dicen humanos no lo pueden entender.
Los humanos, los que se dicen humanos, cambiaron en este último tiempo la mayúscula de Democracia por la mayúscula de Revolución. No se dan cuenta de que el pensamiento debe ser otro, el de las pequeñas minúsculas, el de los susurros. La pequeña revolución que quiero presentar no es una que se da a viva voz sino una que se susurra de oído en oído, haciendo hueco con las dos manos, para sentir al otro cuerpo cercano, albergándolo, sintiendo esa presencia maravillosa que es lo extranjero a uno mismo.