viernes, 13 de abril de 2012

Pacífico violento

No sé si alguien se acordará del pacífico violento. Hoy lo vi a la salida del colegio, me saludó. Yo iba con mi mochila marrón y con la remera que me prestó Leo. Era un día normal, caminaba hacia el policlínico para ponerme la vacuna antigripal, ahora que se avecina el invierno, parecen decir los diarios y, un poco, el clima.
Por el aire volaba una avioneta anunciando un nuevo circo que estaba en Luján, en Lezica y Torrezuri, cerca de la casa de Anita. Me acordé de Anita, de mis quince años, de estar tirado en mi cama y escuchar que se aproximaban a Luján hordas de circos desde una avioneta. También me acordé de los recitales de banditas punks que se hacían en el club platense. Ahí tomabamos cerveza y nos poníamos a poguear.
El pacífico violento pasó en una bici de esas chiquititas, esas que se usan para hacer piruetas. Una mezcla de hippie y adolescente eterno en su cara. ¿Cómo me voy a olvidar como pogueaba el pibe? Iba caminando tranquilo y después, de repente, tiraba una patada samurai a cualquier poguero improvisado. El poguero improvisado caía de cara al piso y el pacífico violento seguía su camino con un paso de reagge digno de Bob Marley. Era un artesano, la verdad es que era un artesano. Nunca vi una persona que en su propia personalidad podría resumir la malicia y la benevolencia.
Hoy lo saludé a la mañana, como se saluda a cualquiera. Después, me tomé el colectivo Zapiola- Ameghino, me bajé en la panadería de La Plata y compré unas facturas.

lunes, 9 de abril de 2012

Encuentro con el Diablo (o Lo Siniestro)

Hay ídolos que son ídolos toda la vida, como Luis. Hay otros ídolos que parecen desinflarse, desarticularse con el tiempo.
Para los que nacimos en el 80, Charly es el flaco escuálido que rompía guitarras, que llegaba tarde a recitales y que tenía su habitación toda pintada con aerosol. Todavía me acuerdo cuando vino a Carlos Keen y tuvimos que esperar cuatro horas para poder verlo.
El sábado Charly no era el mismo. Sentí que estaba viendo a un viejo dopado con inyectables, con buena dentadura pero sin la agilidad mental, la improvisación que tenía ese Charly de hace diez años atrás.
Todos crecemos y no somos los mismos. Charly, ese otro que se paró en un escenario el sábado, me dio lastima. Me da lastima verlo sin drogas ilegales pero inyectado de drogas legales, diciendo "Vamos a pasarla bomba" o "Gracias por haber venido" casi casi como pidiendo disculpas.
De Luis me quedo con un recital maravilloso que fui a ver en la costanera sur, con Anita. Nos sentamos con mates y facturas, teníamos un mantelcito hippon y todas nuestras ganas de escuchar Canción para los días de la vida. Pero de Charly siento que la última imagen que me va a quedar es un encuentro con lo siniestro: un señor de 60 años que pide disculpas, un hijo de la lágrima.