Desafinar, chillar de otro modo. Es lo que hace Josefina, la cantora, es lo que hago. Desentonar, ser disidente. A veces los pensamientos tienen límites y es necesario estallarlos. La tarea del arte es esa.
Hace una semana o dos que no salgo de mi casa. Salgo sólo para comprar puchos en la kioskito de la esquina y vuelvo a la cueva como un oso que inverna.
Me dieron ganas de publicar un libro de poemas pero no tengo editores, no tengo aliados que tengan editoriales. Estoy sólo y callado. No encuentro cuál es mi lugar -y no sólo hablo de política, hablo de todo-.
Ser un artista solitario te vuelve una especie de monstruo ante la sociedad.
Nosotros, los monstruos, gritamos lo que sentimos sin pensar, casi lo hacemos de manera irracional - sensitiva-. Nosotros, los monstruos, no conocemos las convenciones, los pactos, los tratados, la sólida lógica de las multitudes organizadas.
Soy un monstruo terrible. No entiendo nada de nada. No me importa. Hago lo que siento: me levanto, fumo, amo, duermo. Vivo en una soledad que es libertad pura: no pienso por nadie. Soy un anomal, no anormal, sino anomal de anomalía: la falla en el sistema, lo que salió mal, lo que nadie se esperaba que fuera así.
El límite es la locura - y Fijman, otro monstruo increíble lo rompe-.
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