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Ayer jugamos a hacer las compras. Vino Manu de Biasi. Nos pasó a buscar. Conoció a Marina, conoció nuestra casa. En el auto, mientras íbamos para El Galpón, pregunté tres veces si había apagado las luces de la casa. Todos se rieron de mi insistencia. Soy insistente, le doy vueltas a una cosa mil veces. Cuando llegamos, las luces estaban encendidas.
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Despertar. Abrir los ojos. Encontrar el mate preparado en la mesita de luz, unas obleas de frutilla (de esas baratas que nos gustan tanto). Ir demorando la mañana entre la computadora, la música, la televisión. Comer, al mediodía, una tarta de jamón y queso. Soñar. Observar los movimientos sutiles de Marina cuando se pasea de un lado a otro. Ser un ínfimo grano de arena en la multitud del tumulto.
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