Viernes a la tarde, naufrago en internet buscando alguien para pescar, leo revistas digitales, paseo por páginas de conocidos. Aparece un chico en Facebook, me habla. Un pibe que hace tres años atrás fui a la casa. La casa quedaba en medio de un barrio bajo de no sé dónde, ya ni me acuerdo. Sé que era en zona oeste pero ni idea dónde.
Me acuerdo al instante que cuando fui a la casa de él con el 365 bajé en el medio de un lote baldío donde había una canchita de fútbol, caminamos por una calle que daba lastima, con casas que daban lastima y nos metimos a la casa de él. Me acuerdo que era rara la casa de él, de afuera no dabas dos pesos y adentro era bastante linda. Según la zona se acondicionan las casas, me acuerdo que pensé, y no da para mostrar hacia afuera, en ese barrio, lo linda que era por dentro. Lo mismo pasa con este chico.
Me lo encuentro en Facebook y charlamos. Recordamos viejos tiempos. Saco los dientes de vampiro virtual al instante y le digo “hoy no tengo nada para hacer, mis viejos no están ¿Queres venir?”. Me histerisquea un poco, lo común para hacerse ver, pero finalmente me da el sí.
En mi casa no hay gas, sólo agua fría. Intento pensar todo: me tengo que bañar con agua fría, la puta madre que lo parió, no importa, no importa, todo sea por una noche linda, ¿Qué comemos? No puedo cocinar, no tengo plata para pedir algo, tengo que ir al banco a sacar plata, la concha de la lora, en una hora viene…. Salgo corriendo para el banco, saco cien, vuelvo corriendo a mi casa, me baño con agua fría, como puedo, no nací para la milicia, pienso y me cago de risa de mi estupidez.
Al rato, llama que ya está en Luján. Lo voy a buscar, venimos caminando. En el camino nos acordamos de nuestra única visita, de cuando nos conocimos en un boliche, nos reímos bien, como si nos conociésemos de toda la vida.
Llegamos a casa y lo abrazo, nos besamos mucho mucho, en la mano tengo el teléfono de las empanadas pero ¡oops! Se cae al piso y ¡oops! terminamos en la cama. Entre besos, abrazos y cariñitos, todo el susodicho y me doy cuenta de que es gigantezco, pero lo que se llama muy grande. Empiezo a pensar: yo no me acordaba que era tan pijón, no, no me acordaba. Empiezo a tener miedo. No me acuerdo de haber estado desde hace tres años para acá con alguien tan pijón. Pienso: ¿Se habrá operado? Me dan ganas de hacerle miles de preguntas ¿Nene, era así antes la tuya?... pero no da, todo lo que se me ocurre es demasiado bizarro, demasiado burdo o demasiado pijocrático como para decir. Adentro mío me cago de risa y, al mismo tiempo, muero de miedo y, al mismo tiempo, me da curiosidad…. Todo junto y al mismo tiempo como una licuadora. Me doy cuenta de que no tengo gel íntimo, pienso cómo mierda me va a entrar eso… Llega el momento y le digo: “espera que voy a buscar cremita”, se caga de risa y me pongo colorado. Se dio cuenta me parece. Ya lo sabe, pienso yo. Nadie que tiene semejante pija no sabe que tiene semejante pija. Gracias a Dios y a la Virgen María santísima, excepto por un leve dolor inicial no hubo problemas. “Se come todo” pensé pero no quise hacer alarde de mis dotes de pasiva agresiva. La cuestión es que estuvo bárbaro.
Terminado el primer polvo y la situación inicial de miedo, terminado los cigarrillos post-polvo, escuchamos la puerta de mi casa que se abre. Mi vieja se olvidó no se qué cosa y la vino a buscar. Cerramos la puerta de mi pieza. “¿Se puede?” dice mi vieja. “No” le digo poniéndome el pantalón como puedo. “Ya salgo ma”. Salgo. “¿Estás con alguien?”. “Si”. “Bueno, pero lo conoces, mirá que no quiero a nadie desconocido en esta casa”. “Si, ma, lo conozco”. “Mejor así, anda a la pieza y seguí con lo tuyo”. Agarró unas cosas y se fue.
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