“No te enamores de nadie me dijo”
Jaime Roos.
Juego a ser dealer. Voy a Mercedes a cenar con una amiga, es jueves a la noche. Comemos un rico matambre de cerdo con puré de manzanas, tomamos vino, hablamos de política, arte, arte y política… En fin… todo lo que dos solterones como nosotras pueden decir. Suena la una en el reloj cucú y le digo que me voy a pachanguera. A todo esto, llegó un amigo de ella que se prendió a la cena. Sin preguntar nada me tomo un remis que me deja en Suipacha, en Zona X.
Para los que no conocen Zona X les voy a contar un poquito cómo es. Es un boliche que queda en el medio del campo, supuestamente es un boliche gay pero va de todo, según mis datos etnográficos tenemos varios tipos de personas: los homosexuales provincianos en busca de amor, homosexuales porteños en busca de diversión, paquis resignados a que un travesti les chupe la pija, paquis que te quieren cobrar para que les chupes la pija, travestis originales, drag queens del subdesarrollo (es decir, chicos homosexuales que se ponen una peluca para que sea más fácil chupar pijas), gente que va con sus amigos a bailar, camioneros que buscan que un travesti o pseudotravesti le chupe la pija…. En fin, cuantitativamente hablando, de los que van el noventa por ciento se mueve alrededor de la pija, sea propia o ajena, el resto baila, se divierte con amigos o busca amor. Como soy elitista me interesa ese reducto de gente que va para bailar, divertirse o buscar amor. La verdad que ya no tengo ni busco pija.
Entro a Zona X, un quincho con un par de luces, no piensen en esos boliches porteños, piensen en un quincho de paja (justamente) con unas cuantas luces y mucho pero mucho frío de invierno. Entro y hay sólo cinco personas. Por suerte, ciertas leyes microfascistas no llegan tan campo adentro, entonces me puedo prender un pucho y pedirle una cerveza al barman. Me siento en una especie de sillón con una mesita al lado, apoyo la cerveza, la tomo tranquilo mientras fumo, pero no corro y corro, simplemente me quedo escuchando las cumbianchas que van pasando. Un pibe se sienta al lado mío, está acompañado con un oso de unos 45 años. Me pide un cigarrillo. Le doy uno, le doy fuego. Se ríe. Histeriqueo. Miro para el otro lado y hay cuatro chonguitos, seguramente futboleros, que agitan sus pies mostrando insatisfacción en el sexo. Saludo a uno. Le digo: “qué lindo que sos”. Se sonroja pero como no puede con masculinidad me dice: “necesito plata para el bondi de vuelta, me das 10 pesos”. “Ni en pedo, lo último que me faltaba ¡pagar por sexo!”. Miro para el otro lado, el chico del cigarrillo me sonríe. Le cuento: “está re bueno ese pendejo pero quiere que le pague para chuparle la pija ¿A vos te parece?”. Nos reímos. Sin querer lo abrazo y sigo: “¿De dónde sos, bombón?”. Me cuenta que es de Capital, que estaba de trampa. “Obvio, los jueves son de trampas” y me río… Me doy cuenta de que lo que necesita es unos buenos abrazos, nada de sexo para ese chico, tratarlo como mi pareja, como mi esposo por un rato y que me dé abracitos, después dejar que vuele. “Ah… sos re tierno, yo me caso con vos”. Nos damos unos besos, me invita a bailar. Bailamos cumbia villera. Yo levantó los dedos índices, bajo levemente la cabeza y grito “esaaaaa”. Me divierten los clichés porque soy un cliché ambulante. Me aburro de bailar con él. Voy al baño.
En la puerta del baño me encuentro a los cuatro chonguitos parados como esperando algo de la vida, no sé, que un traba les pagué por chuparle la pija. Abrazo al que me gustó, le digo en el oído: “no podes ser tan lindo, amor”, le toco levemente el bulto y le dejo un beso en el cachete. Los amigos se cagan de risa. Me voy rápido y con la frente en alto.
Salgo del baño. Los chonguitos no están más. Ahora hay dos pibitos que buscan amor, se le nota en la cara. Miran todo con miedo, son amigos y miran todo como por vez primera, los ojos grandotes mezcla de miedo y satisfacción. Uno de los dos me cae bien. Le preguntó el nombre “Joaquín” me dice y agacha la cabeza, me mira con ojos de gato de Shrek. Busca amor pienso. Le doy un abrazo y me clava un beso, nos besamos un rato y justo pasa mi primer novio, el que va a ser mi esposo por toda esa noche. Me tira con algo, lo miro, me río y me voy con él a bailar de nuevo….
El amigo es mago y mientras bailamos me hace unos cuantos trucos de magia, me divierto con eso. Le doy unos abrazos a mi esposo, bailamos de la mano Gilda, después cuarteto cordobés. Cuando pasan reggeaton me cachondeo y le muevo el orto un rato. Nos aburrimos de ser una pareja tan perfecta y cada uno se va por su lado.
Paso por la “pista” si a ese cachito de tierra se le puede llamar pista y un flaquito completamente borracho me toca el culo. Me doy vuelta y le digo “¿Qué te pasa? ¿Queres un beso?”. El flaco habla como borracho, no puede ni enfocar, me abraza y tira todo el peso de su cuerpo sobre mi cuerpo. Intento darle un beso y me histerisquea, lo dejo ahí, que siga borracho.
Doy una vuelta en el dark room, están todos los trabas y pseudotrabas chupando pijas o haciendose coger. Encuentro a mi esposo, le doy un par de besos y nos sentamos abrazados en un rincón a mirar el espectáculo. Su amigo se está haciendo chupar la pija por anda a saber quién. Los cuatro chonguitos fuman parados y unos pseudotrabas le succionan todo.
Salgo. Encuentro a Joaquin de nuevo y le doy un abrazo, es tan chiquitito, cómo mierda ese alfeñique tiene 25 años, para mi que me mintió. Igual no importa. La mitad de la gente del boliche está en el dark room, la pista está casi vacía. Jueves: noche de trampas pienso. Y es lindo saber que entre tantas trampas estoy solo y no busco nada. Que solo me paseo y me sirvo lo que encuentro.
Un pseudotraba que mide como dos metros me abraza, me dice “qué lindo que sos guacho”. Yo le digo que él también, pero que lastima que se vino así. Me dice que parece un payaso. Me toca el culo. “¿Algún activo por acá?” me pregunta. “Nada nada” le digo. Nos damos unos besos. “Che, ¿vos te viniste así para engancharte chonguitos?” le pregunto. “Sí, pero es mentira, así también no enganchas nada”. Nos reímos. Lo dejo.
Miro el reloj, son las cinco de la mañana. Ya me siento cansado de tanto merodear por todo el boliche y dar abrazos y decir cosas guarangas o tiernas según el partener. Voy a la barra, busco mi abrigo, ese montgomery que me lo compre porque se parece al de Harry Potter, salgo a la puerta. En la puerta, la escarcha, el frío de julio de vacaciones. Pienso en llamar al remis pero como me arranco la cabeza no lo llamo. Pienso “¿Camino hasta la garita donde, supuestamente, tiene que pasar el bondi que va hasta Mercedes?”. Me doy cuenta que estoy en medio de Suipacha, sin ganas de gastar plata para la vuelta.
Sale un pibe. Le grito con mi mejor vos de macho cabrío “Che, ¿para dónde vas?”. “Para Mercedes” me responde. “¿Me dejas en la terminal de colectivos?”. “¡Dale!”. Espero que no me pida que le chupe la pija, pienso. Después de recorrer un lugar donde el noventa por ciento sólo ve pijas. Vamos en el auto, charlamos, trato de hacerme el amigable. Creo que en algún momento me lo va a pedir pero me parece que se dio cuenta que no le voy a dar cabida. Me deja en la terminal de colectivos.
Arriba del 57 se siente ya más tranquilo. Son cuarenta minutos y ya estoy en casa. El único problema es que no tengo puchos. Espero tener alguno tirado en mi pieza. Duermo.
Luján. Paso por la panadería: facturas. Llegó a mi casa. Me hago unos buenos mates y duermo. Viernes a la mañana. La gente, mientras venía, se iba a laburar con sus abrigotes y sus bufandas. Yo, tranquilo. Nada malo puede pasar excepto enamorarme.
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