Cuando todas las luces se apagan y sólo queda el velo de la noche como nuestro único compañero, en ese momento exacto, es cuando vemos transformarnos en algo que no somos. Vampiros de nuestras propias ideas, ideogramas de muchas formas. Ahí, en ese momento exacto, ya no sabemos qué es la escritura ni a quién responde. Escribimos como respiramos - exhalamos inhalamos escritura-.
En ese momento de la noche autónoma volvemos a creer en el arte como única salvación, fe o enseñanza para nuestro porvenir. Dialogamos con la nada, porque no nos queda otra. Damos vueltas a los millones de temas que nos rodean y - a veces- nos acechan como sombras. Ellas vienen por nosotros en el momento menos pensado.
Sin embargo, no todo es tristeza - o no es tristeza, nostalgia, angustia de lo que hablamos-. Hablamos de una sensación de desprendimiento del mundo. "Vivo encerrado en mis cuatro paredes, no tengo comunicación con el exterior y aún así escribo" dice el poeta.
En ese instante de desprendimiento es donde tiene que utilizarse todo lo que tenemos - que nos queda- de humano para desprendernos de nosotros mismos y mostrarnos extranjeros, extraños, excéntricos. Ahí no queda otra que fugarse.... Y hacía eso vamos.
Esto, como siempre, es un murmullo entre nosotros dos en el silencio de un suntuoso y extenso palacio que hacen llamar "la normalidad".
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