Estas son sensaciones y algunas ideas surgidas durante la lectura del “Libro de Sombras”. Son más que nada un sentir, libre de cualquier pretensión de análisis y notas por el estilo. Hablan de la manera en que yo (lector) me vinculo con esta experiencia de lectura.
Desde el comienzo, “todo ensimismado, como una máscara retorcida” avanzo dando pasos lentos. Entro en las imágenes que emergen de los poemas hasta perderme en la bruma; se hace presente la nebulosidad referenciada ya en la primera de las notas. Sin dudas me encuentro en territorio desconocido. Y casi sin querer, al dejar de buscar y dejarme encontrar por lo que surge, es la poesía quien enciende su antorcha y me guía entre las sombras.
Las imágenes pesan, leo despacio, en voz alta, sonando en cada palabra como si estuviera en un salón amplio y vacio ¿Hay silencios o son abismos?
Todo tiene la densidad de una noche de invierno y refleja la inquietud del caminante (el poeta) por una ciudad mientras todos duermen; “En la atmósfera se disuelve el brillo/ Queda sólo una bruma donde la barca espera, áspera.”
Las notas en prosa disparan instantáneas emocionales, escenas, anécdotas y pensamientos que aceleran el recorrido; son impresiones lúcidas que revelan el mundo, que le sacan las cascaras a las cosas. Y la lectura se instala en ese ir y devenir constante; una vez un poema otra vez una nota, una vez inhalo (el aire se posa en el interior) y otra exhalo (el aire sale al mundo en prosa). Siguiendo esa respiración soy un pasajero dentro del libro. Se estiran mis sentidos y representaciones; “Debajo de lo que creías obtuso no se encuentra en lo que creías esperar/ Sino más y mejor de lo que esperabas, y menos y peor de lo que hubieses esperado”. Entonces, el campo de la experiencia se expande: muto, y es lo más verdadero que puedo pedirle a un libro. “Algo cambia/ son los repliegues que se van transformando/guiño elemental que nos demuestra la subversión de lo concreto”.
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