miércoles, 12 de noviembre de 2014

Surcos

Los surcos de la cara, tierra arada,
resumen el gesto del horizonte.

El gaucho, hijo de peón español y yegua guaraní,
ve - aunque sin verlas - las montañas profundas,
desgarradas del Potosí.

Ve llegar todo ese metal.

Algo hierve en la sangre,
es la melancolía del que vio morir a sus antepasados,
cuando el Imperio dejó de ser Imperio
para convertirse en otra cosa,
cuando bajaron esos astronautas
con sables y hablando el castellano.

Impusieron la cruz
(que – antes - era Viracocha).

El gaucho no reniega de su destino
sin tierra.
Otros negaran su sangre pero él
atraviesa la llanura con un despliegue
cinematográfico de espuelas.

Chachawarmi –hombre- mujer-
era el cosmos en funcionamiento.
Engranajes perfectos,
opuestos complementarios.

Más al sur- contaban los abuelos-
Las machis tocaban el kultrun y danzaban.

Pero todo eso ¿ya es pasado?
¿O vive en nuestros cuerpos maltratados
por el invasor? 

El silencio de la pampa ahora
es un signo de interrogación.

Con una mochila y los pelos enredados
el gaucho viaja al blanco de Uyuni
- arde el fuego en su interior-.

Ellos, los de antes,
quemaban sus manos 
limpiando con jabón blanco
el aguayo para sus niños.

la sal quema,
la minería quema.

Hay algo adentro 
de nosotros,
bien profundo y ancestral,
que quiere surgir.

Es la tierra que al gaucho hermana.

Los surcos arados
¿Serán proyecto de futuro o
una nueva invasión por venir?

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