Llegar agotado del trabajo y encontrar, en el brillo de tus ojos, ganas de seguir el día. Hacer dos tazones de cereales con leche y leer los recuerdos de Irina Bogdaschevski juntos, ensimismados. Sufrir junto a ella y pensar que, quizás, podamos tener la dureza de una Marina a los 70 y largos años.
Sin dormir se hacen las cinco de la tarde... Ahora, sobre la cama hay mates amargos y tostadas con queso fundido. Sin despegarnos un segundo de la almohada leemos un cuento de Lucía Rodríguez. Paseamos por el recuerdo de una ciudad que desapareció, por un abuelo que no se reconoce en la misma.
Bajamos al comedor. En mi biblioteca se despierta Tsvetaeva y nos dice que no hay que llorar, que lo duro está afuera. Hoy parece verano. Estamos desnudos. Marcos lee sobre su curso de mandatario.
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