Ahí voy. Nadie me para. En diez minutos estoy. En cien. En mil. Tengo
que estar ahí antes del amanecer. Antes de que mi cuerpo enmudezca. Ahí me
levanto. Muevo mis alas. Quisiera saber dónde podría caerme muerto.
Ahí vas. Ahí estas. Surgido de la nada. Como un buitre que revolotea
alrededor de los restos. Sos un ave fénix que renace de las cenizas. Nos
encontramos en cualquier lugar. En cualquier momento. Todo tan circunstancial,
tan natural. Tu alma era un pedazo de carbón frío.
Me miras a los ojos, la primera vez. La segunda es una mano que se
tiende. La tercera es una lágrima recordando historias.
Ahí me voy conmigo mismo y mi sombra. Todo, todo tan natural. Repito
para no ser insensato. Pero era un encuentro en miles. La calle llena de gente,
la mirada de un transeúnte. Pasa. Y es amor a última vista. Ahí vas. Ahí voy.
Todo me imaginé con vos, corazón vagabundo. Las calles y los brazos
entrelazados. Las alegrías, las cenas a la luz de la luna. Un farolito chino
hecho en cartapesta para mi cumpleaños. Vivimos años juntos. Me diste hijos,
casa, familia (en mi imaginación).
Todo eso y te perdiste en la multitud. Era la calle y su torrente de
millones de personas. Calle Florida, peatonal San Martín… En cualquier ciudad.
Beijing, Tokio, Nueva Delhi, Paris. La multiplicidad es infinita.
Ahora pensas, ahora pienso cuántos más. Cuántos más pasan y se pierden
en la multitud. Cuántos abortan una
historia de amor en un instante. Te vi sentada en un restaurante de comida
peruana. Te vi sentado en una parrilla tomando cerveza. Te vi desde la ventana del colectivo. Cruzaba
Ángel Gallardo, Negrito Manuel, via Veneto. Miraba la vidriera de un local de
ropa.
¿Ahora dónde estás? ¿Dónde está la historia de amor que no pudo ser?
La veo en mis resquicios de historia. ¿Cómo contar la historia de dos que nunca
se vieron? Una pollera cruza Juan B. Justo. Un pulover verde conduce por
Lorenzo Casey. La soledad es infinita, también.
En estas ciudades, donde no hay historias, todo se pierde. No existe
trama posible. Dos personas se miran, siguen en la multitud. A última vista.
Ahí vas transitando tus miedos. Ahí voy. Pero esta vez decido. Freno.
Doy media vuelta. No importan los diez minutos. Esos diez minutos que me quedan
para llegar a horario. Corro. Te agarro del hombro. Te regalo una sonrisa. Me
devolvés llanto de alegría.
Son todos los solitarios de todas las grandes ciudades. Todos ellos
empiezan a buscarse. A llegar tarde. A dejar para mañana. Todo por abrazarse
con ese transeúnte que devuelve la mirada. Por una pequeña mirada de
complicidad. Las ciudades se llenan de sentimientos. Las paredes grises mutan a
colores flúo. La gente decide dibujar corazones en la boleta de gas. Con
crayones los nenes dibujan el asfalto. Los autos se convierten en artefactos
inútiles. Nadie tiene prisa para llegar a ningún lado. De las casas, ahora,
nacen enredaderas multicolores.
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