Seis de la mañana. Me desvelo, me hago una pava de mates, en verdad, un termo de mates. Pavas de mates se hacían antes, ya nadie ceba desde las pavas...
Me siento infeliz, incomodo. No sé dónde está mi lugar. Recuerdo una vez que estuve en Mar del Plata y me pasó lo mismo. Es el momento en el que querés sentar a la otra persona enfrente, sea la hora que sea, y explicarle por qué no podes más. Te sentís preso en tu propio cuerpo, en una mañana que se hace larga y tediosa.
Quizás, en este momento, lo mejor sea armar las valijas. Decir adiós, de una vez y para siempre. Terminar el juego, perdiendo, como siempre. El duelo del duelo del duelo. Beckett decía que había que fracasar mejor, siempre. ¿Se puede tener tanto odio al conocimiento? ¿Se puede desestimar tanto a una persona por los lugares que habita?
Hoy me siento menos que humano. Tengo menos derechos que un grano de polvo que se cuela por la ventana, ahora, a las seis de la mañana. Los humanos son contradictorios, los que se dicen humanos. Pelean por ciertas ideas pero después no saben llevar la revolución a sus propias casas, a su propia mente. De esta manera, presentan una batalla pública que no pueden llevar adelante en su propia intimidad. Creen que cambian el mundo pero no entienden que el mundo son ellos mismos y que si no hay un cambio en su propia subjetividad es imposible un cambio a nivel macroscópico.
Ya no creo en las grandes revoluciones, en la emancipación, en la autonomía, en la libertad. Siempre uno está al borde de sí mismo, se hace para y con los otros. Uno es, por naturaleza social, dependiente de otros, vulnerable en su propio cuerpo. El otro se puede constituir de dos modos: como alguien a quien albergar o como una amenaza. Muchas veces, los que se dicen humanos, buscan hacer la revolución sin darse cuenta de que lo más importante es albergar al otro.
El tema del otro es re importante en una revolución. ¿Qué se hace con esos que quedan al borde, por fuera de? ¿Qué se hace con los que no pueden constituir ningún tipo de masa? Hoy serán los locos, los linyeras, los que tienen el bicho, los que no tienen a dónde ir, los que piden monedas en el subte. Mañana serán otros. En la maravillosa Cuba "revolucionaria", a Reinaldo Arenas lo llevaron preso por ser homosexual y casi lo linchan. Después, cuando se va como balsero a EEUU tampoco encuentra lugar por ser sidoso, sigue manteniendo una posición marginal y desclasada.
Ciertas revoluciones no toleran lo otro, la gran mayoría de las revoluciones, es decir, las grandes revoluciones. Muchas veces pienso, como Walter Benjamin, que la clase que verdaderamente tiene poder revulsivo son los lumpenes y no los obreros. Esos marginales (de la noche) que terminan casi siempre en el encierro son los que verdaderamente llevan la delantera al pensar un tipo de sociedad nueva. Es decir, el pibe que come la sobras de Mc Donald's a la madrugada tiene más poder revulsivo que un obrero organizado. Pero esto los que se dicen humanos no lo pueden entender.
Los humanos, los que se dicen humanos, cambiaron en este último tiempo la mayúscula de Democracia por la mayúscula de Revolución. No se dan cuenta de que el pensamiento debe ser otro, el de las pequeñas minúsculas, el de los susurros. La pequeña revolución que quiero presentar no es una que se da a viva voz sino una que se susurra de oído en oído, haciendo hueco con las dos manos, para sentir al otro cuerpo cercano, albergándolo, sintiendo esa presencia maravillosa que es lo extranjero a uno mismo.
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