Por Romina Freschi
Me causa un poco de gracia venir aquí a hablar de un libro en
el que tengo, entre otros, el rol de personaje.
Aparezco allí con nombre y apellido, y en cierta medida, se me adjudica
también, voz y autoría. Estar aquí entonces me pone en un lugar no extraño pero
sí demasiado al descubierto, me pone en el lugar de lo obvio, ya que estoy
puesta aquí para representarme a mí misma, sea lo que sea que eso significa.
Como cierta clase de programa o una aplicación, corre
entonces la representación aquí. Y llegado este punto, es en cierta medida,
también un alivio. Puedo habilitar algún grado de “suspensión” de mis otras
facetas suponiendo que sé exactamente cuáles son ellas, y dejar correr esta aplicación
aquí, un self digital, ser “La”
Romina Freschi, como leí por ahí en Facebook, que es también una aplicación.
Igual nada de esto es extraño tampoco a la hora de hablar del
libro de sombras, o de Mariano Massone, su personaje principal y el autor, mi
alumno, mi amigo, mi hijo, mi colaborador, un plebello, y, como se lee en la solapa, poeta, ensayista,
brujo, pampeano y saltimbanqui, más todas los programas o sombras que le
conocemos, le adjudicamos y las que no.
Digo, no es extraña la representación. Primero pienso en las
sombras chinescas. El teatro de la vida y la sombra de lo que es Oriente aquí
en el Sur, y una serie de papeles asignados a partes del cuerpo en el teatro de
sombras, a partes del cuerpo y de la psiquis en el teatro de la vida, o partes
del papel mismo en el pliegue de un origami.
Como un breviario entonces de guiones o protocolos de la vida
moderna, aparecen y desaparecen los roles en esa especie de diario de hace más
o menos un año y que se halla además cruzado por un río interior. El diario
comienza justamente el 14 de mayo, día de cumpleaños de mi perro John Lennon, y
apenas pasada una quincena de la noche de Walpurgis y del día del trabajador. Más
o menos como hoy pero hace un año.
Por un lado entonces, la suspensión del poeta y su voz
propia, por otro lado el narrador repleto de voces.
Tantas voces hacen un libro mudo – esa imagen en la tapa
- y un libro de sombras – que es también
otra clase de representación, un libro de dibujos – otra vez el mutus liber en
La Rochelle, pero también, la idea gráfica de la representación, y su base: la
perspectiva: dos líneas paralelas que se unen en el infinito, como la ciencia y
la religión se unen en la alquimia, y como el plano hiperbólico del universo
puede comprimirse en el interior de un círculo.
Es aquí donde evidentemente me represento a mí misma, leyendo
este libro de sombras de Mariano como si se tratara de un hiperredondel, de los
míos.
Pero también se puede leer como uno de los grabados en madera
de M.C. Escher, (Maurits Cornelius aunque estoy tentada de llamarlo Em Ci
Escher). El grabado se llama Límite Circular I.
No es tan conocido como el de las manos que se dibujan unas a otras, y
que en este libro también nos sirve mucho para leer el entramado de voces y de
las imágenes.
De mucha de la obra de M. C. Escher se dice que representa el
pensamiento matemático moderno, y dentro de él la geometría hiperbólica. Límite
Circular I es básicamente un redondel, je,
y en él vemos una infinidad de peces que parecen apretarse a medida que
se acercan a la frontera del círculo que las contiene. Los peces están
dibujados en blanco y negro con ojos del color opuesto, como en el ying y el
yang, solo que los peces tienen formas angulares, a no ser por los ojos que son
redondos.
Dice Roger Penrose en relación a esta imagen:
Imagínese que usted es
uno de los peces. Entonces, ya esté situado próximo al borde de la imagen de
Escher o próximo a su centro, el universo (hiperbólico) entero tendrá la misma
apariencia para usted. La noción de “distancia” en esta geometría no coincide
con la del plano euclídeo en cuyos términos ha sido representada. Cuando
miramos la imagen de Escher desde nuestra perspectiva euclídea, los peces
próximos a la frontera parecen hacérsenos minúsculos. Pero desde su propia
perspectiva “hiperbólica”, los peces blancos o negros piensan que tienen
exactamente la misma forma y tamaño que los que están próximos al centro. Más
aún, aunque desde nuestra perspectiva euclideana exterior ellos parecen
acercarse cada vez más a la propia frontera, desde su propia perspectiva
hiperbólica dicha frontera siempre queda infinitamente lejos. Ni el círculo
frontera ni nada del espacio “euclídeo” exterior tiene existencia para ellos.
Su universo entero consiste en lo que para nosotros parece estar estrictamente
dentro del círculo.
Dice Mariano Massone en el Libro de Sombras
El ojo que antes
miraba de un modo, hoy es una esfera. Volviéndose sobre sí mismo es
espectador de un tiempo que no es repetible, de un ojo
que no es repetible (mirada tornasolada que
subleva el espacio)
y otra vez, la voz que se escucha no es mía.
La voz se vuelve candor, se despliega de mí
como si fuese un pez que vive en mi estomago y que
sólo se puede descifrar bajando a mi profundidad
por una roldana y un balde: Aljibe que hay en mí,
que contiene a un pez que habla por mí.
(Pez halado a mí…)
Un círculo el ojo, el estómago, el aljibe y el balde. Todo el
cuerpo una vejiga de pez donde también puede vivir el pez. Un círculo es
también lo que contiene la estrella de 5 puntas de múltiples significados
esotéricos y matemáticos, y que Mariano elige para representar su primer
diagrama sobre Maestro y Margarita de Bulgakov, otro de los polos del sistema
de lecturas que es también el libro de sombras.
He aquí lo hiperbólico, en el espacio de la curva del libro,
en el semicírculo que abanica al abrirlo, la generatriz de un sistema de
lecturas. Literarias y no. Solo literarias en la medida en que hoy las leemos
en el libro de sombras. Ejemplo de esto es cuando leo mi nombre en el libro, yo
sé que existo fuera de él, y al mismo tiempo, comparto esas reminiscencias,
como se puede compartir una lectura, una visión, una perspectiva. Ahí la hiper
bola, una pelota, otro redondel.
¿Acaso mirarán por la
mirilla estos animales, que / en su inteligencia, se nos escapan? Así como peces hiperbólicos vistos
desde una perspectiva euclideana, o como un matemático fuera del círculo visto
por los peces hiperbólicos dentro del círculo, así a veces parecen verse
algunas de las puntas de este libro. Su proliferación y su modo de arrimar el pensamiento al sentimiento
ponen en cuestión la distancia.
Si al principio lo que era Suspensión no parece tener nada
que ver con el ritmo hiperkinético del diario, al final del libro no sabemos
cómo hacer para separarlos el uno del otro. No
hay suelo, repite el texto. La grieta
también conecta lo desconectado.
Así las superficies, y el espacio (la calle o el espacio
cósmico) solo requieren ser atravesados. No hay otra clave para la experiencia,
o para la experienciación, palabra
diseñada por Mariano. No hay otro modo de leer ni de vivir más que atravesar, y
el atravesar implica de por sí lo transitorio. El tránsito, lo trans. Hoy que
tenemos ley de identidad de género, lo real es que todos somos trans. ¿Cómo
vivir de otro modo el apasionamiento? En lo trans es donde transcurrimos, y
armamos secuencia, vida, amistad, bola, nos damos bola.
Cito a Mariano, pero en El
cuchillo de Abraham.
Esta transferencia es
infinita e indefinida. No hay límites para lo trans. Lo trans persiste ante la
masacre de las coagulaciones. Es que en el tránsito, en la transfiguración
translucida, en la transmutación los elementos del lenguaje van desarticulando
aquello que no muestra el Verbo. Sólo hay muestra y, en el fondo, hay fondo
pero sin forma ni fondo. Ese es lo que se llama pasión: sólo se encuentra lo
que se muestra y en lo que se muestra no está. Por eso, la pasión incide en la
redención. Ninguna redención salva a nadie de nada, simplemente lo envuelve
tras otro velo, lo refugia en otro estadío.
Recuerdo cuando Mariano llegó al taller hace algunos años.
Para él son muchos, para mí no tanto, aunque cuando miro fotos me doy cuenta de
que sí ha pasado mucho tiempo, mucha agua bajo el puente, y mucho
apasionamiento en cada una de nuestras vidas. En ese momento, me pareció un
cachorro y durante años lo llamé cachorro. En estos días, mientras me preparaba
para hoy, pensé que al llamarlo cachorro lo estaba llamado un “cacho rró”. O
sea un cacho de mí.
Y sí, yo adoro a los perros, y así como soy un personaje del
libro de Mariano, John Lennon y Julia, mis perros, son personajes de mis
poemas, e incluso de poemas de amigos. Mis perros fueron y son un modo de la
maternidad. Durante mucho tiempo acariciamos con Mariano la idea de una mutua
pertenencia a través de esa relación perruna, de esa continuidad no genética,
aunque sí generativa.
Como todas las maternidades, por suerte, ésta tampoco es
lineal, sino que revierte y si bien sé que
Marian aprendió mucho de mí- porque así dicta el rol para los dictadores de
talleres y sus talleristas y para las directoras de revista y sus colaboradores-
lo cierto es que yo aprendí- y aprendo-
mucho de él. Crecemos los dos hasta ser cachorros juntos.
En esa transferencia no exenta de narcisismo se juega en gran
parte nuestro hipervínculo. Somos peces que piensan que tienen exactamente la misma forma y tamaño aunque de afuera nos
vean tan distintos.
Dice Mariano
Mi voz, espiral de
voces,
Ladra el aliento que
otros creen ilusorio.
Guau Guau!
Escrito para la presentación del Libro de Sombras, en mayo
2012
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