Por el aire volaba una avioneta anunciando un nuevo circo que estaba en Luján, en Lezica y Torrezuri, cerca de la casa de Anita. Me acordé de Anita, de mis quince años, de estar tirado en mi cama y escuchar que se aproximaban a Luján hordas de circos desde una avioneta. También me acordé de los recitales de banditas punks que se hacían en el club platense. Ahí tomabamos cerveza y nos poníamos a poguear.
El pacífico violento pasó en una bici de esas chiquititas, esas que se usan para hacer piruetas. Una mezcla de hippie y adolescente eterno en su cara. ¿Cómo me voy a olvidar como pogueaba el pibe? Iba caminando tranquilo y después, de repente, tiraba una patada samurai a cualquier poguero improvisado. El poguero improvisado caía de cara al piso y el pacífico violento seguía su camino con un paso de reagge digno de Bob Marley. Era un artesano, la verdad es que era un artesano. Nunca vi una persona que en su propia personalidad podría resumir la malicia y la benevolencia.
Hoy lo saludé a la mañana, como se saluda a cualquiera. Después, me tomé el colectivo Zapiola- Ameghino, me bajé en la panadería de La Plata y compré unas facturas.
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