“Vos primero te suicidas y después lloras” me dice Laura en broma. Ahora cuando me vuelvo un muerto en mi casa, recorriendo el espacio de mi habitación como un perro que busca un hueso y no obtiene nada (quizás, una patada de su dueño), siento eso. Me suicido y después lloró. Lloró por todas mis muertes. Estar convertido en una sombra y recordar el pequeño cuadro de Héctor en el bar Varela Varelita, en una esquina, un cuadrito pequeño, como el bar mismo, tan Buenos Aires, esa Buenos Aires de llovizna fina y soledad. Esa que es mi recuerdo de madrugadas extáticas y tardes meditabundas. Me vuelvo cada vez más mi propio rumor, mi propia sombra. Cierro los ojos, los abro y ya no te veo, repito. Pero este domingo de cama vacía, de mates y cigarrillos que se entremezclan con las teclas de la compu, donde mi cuerpo se ve tan fofo, tan extremadamente desvanecido. Tomo las pastillas como si fuesen la solución. No hay solución para mi arquitectura de fantasma, no hay solución para este voz que cada vez queda más relegada al mundo de los muertos, de los sin vida, de esos que se deshilachan un domingo a las siete de la tarde.
domingo, 16 de octubre de 2011
A todas mis muertes
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