A Mónica la conocí hace unos años, cuando empecé a trabajar en la escuela 8. Mezcla rara la de Mónica: una preceptora que imponía un respeto que nos hacía reir a los profesores mientras lxs alumnxs temblaban de terror. Ella era descomunal, casi como un personaje de Gasalla - ese que gritaba "Atraaaaaas". Se hacía oír desde lo más lejano y profundo del salón.
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Cuando entré a trabajar en la 8, era joven, quizás mucho más joven de lo joven que soy ahora. Ella me recibió diciéndome: "a ver, chiquitito.... ¿en qué curso vas a estar?" y cuando vio que era el primero A dijo gritando "unos engendros del demonio".
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Ella era pura pose, gesto teatral. Detrás de ese personaje lleno de histrionismo se escondía una mujer sensible y de mucho afecto. ¡Cuántas veces nos habremos abrazado afectuosamente! Lejos estaba de ser seria: Todo era un gesto teatral que sólo lxs alumnxs le creían, aunque no tanto. Sabían que ese despliegue de poder déspota era simplemente un juego, una farsa. Una vez, después de decirle de todo a dos chicos que se peleaban no me acuerdo por qué cosa dijo en tonito de canción: "Boludito y Boludón". Esas cosas nos hacían descostillar de la risa.
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Las últimas veces que la vi en el colegio, antes de que lamentablemente entrara en una gran depresión, iba con un caniche toy que era su hijita. Todavía la veo persiguiendo a lxs chicxs por el patio del colegio gritándoles que no hagan tal o cual cosa con el caniche toy con una correa como si fuese un doberman y como si ella representara a un guardaespaldas de un artista hiper famoso.
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