Cuando compramos cosas
no nos damos cuenta de todo el trabajo que esas cosas tienen detrás. Un simple
objeto puede pasar por un montón de procesos y de manos antes de llegar a
nuestro consumo. Pero esto no es una historia de las cosas sino del trabajo que
hay detrás de ellas. El primero de mayo se festeja el día internacional de los
trabajadores. Y mi pregunta es: ¿Alguna vez se pusieron a pensar que todas las
cosas que utilizamos, desde un lápiz hasta una compleja computadora, tienen un
proceso de producción? No sólo eso. Esas personas que están ocultas a nuestras
miradas también tienen derechos.
Sin embargo, hoy en
día, en muchos países no se cumplen. En China o en India, por ejemplo, vemos
que muchas fábricas aún hoy contratan menores de edad para utilizarlos como
mano de obra barata. Son los nuevos esclavos del siglo XXI: construyen esas
radios, juguetes a pilas, ropa que vemos en oferta en cualquier local de
chucherías.
En el siglo XIX,
500.000 empleados de todas las fábricas de Chicago (Estados Unidos) fueron
masacrados por reclamar una jornada laboral de 8 horas. Ellos trabajaban 18
horas al día… ¿Saben lo que es trabajar 18 horas al día? Le restaban sólo 6
horas para dormir. Muchos vivían dentro de las fábricas con sus familias, amontonados
y ni siquiera tenían un médico que los cuidara de todas las enfermedades que
ahí contraían. Debido a esa masacre se celebra el día internacional de los
trabajadores.
El valor del trabajo,
no sólo como mano de obra en las planillas de contaduría, sino como un ser
humano que vive, siente y tiene necesidades individuales debe ser revalorizado
en el mundo. Hoy vemos por televisión que Europa está pasando una de las crisis
más graves desde el crack financiero de 1930. España, por ejemplo, tiene a un cuarto
de su población sin trabajo. En Grecia casi el setenta por ciento de la
juventud no estudia, porque allá estudiar no es gratuito, ni tiene trabajo para
pagarse los estudios.
Frente a esta
situación: ¿Qué hacemos nosotros? ¿Cómo nos paramos para transformar esta
realidad que nos acecha? ¿Acaso ganaron algo los trabajadores en cuanto a que
se valore su humanidad o se sigue valorando cada vez más a los objetos pero
menos a los que hacen esos objetos?
Una nueva forma de
pensar tiene que nacer de nosotros, una nueva forma de consumir, pensando en el
medio ambiente y en el hábitat humano. Seguir una vocación, ser fiel a lo que
uno cree es necesario para que nuestro ámbito de estudio, de trabajo y de
recreación sean ámbitos dignos de ser vividos. Y es que de eso se trata, de la
dignidad que le da a un ser humano un trabajo donde se lo respete, donde pueda
crecer, donde pueda cumplir sus expectativas personales.
El trabajo debe ser,
también, revalorizado en su integridad. Como parte de un engranaje social más amplio
¿O acaso las zapatillas que llevan puestas no fueron confeccionadas por
alguien? ¿Y si esa persona no trabajaba? ¿Quién las hacía?
Entre los
electrodomésticos y los celulares de nueva generación nos olvidamos del trabajo
que lleva el sembrar una simple planta de tomates y esperar, ansiosos, a que
crezca. Todo el proceso lento que es el proceso de la siembra, el cuidado y la
cosecha. Valorar a los trabajadores es también valorar a todos aquellos que
ponen su saber día a día en el aula y que de a poco van sembrando dudas,
curiosidades en los alumnos para transformarlas en nuevos saberes o, mejor aún,
en dudas más complejas.
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